viernes, 24 de enero de 2014

EL EROS PLATÓNICO



En la filosofía del amor, toda discusión tiene que comenzar por Platón. Tanto el amor cortesano, como el amor romántico y toda la insistencia importante en el amor religioso tienen su raíz en él.
Aún el amor romántico, que ha dominado el mundo moderno, se puede interpretar como una  vulgarización de los ideales platónico.

La mayoría de las ideas de Platón acerca del amor están el Symposium. Esta obra ocupa un lugar entre las más grandes de la literatura y de la filosofía. Como obra filosófica, el Symposium consiste en una secuencia de aproximaciones, acercamientos organizados a la verdad acerca de la naturaleza del amor. Como obra literaria, es un retrato de Sócrates el hombre, quien ejemplifica el amor como modo de vida. La base del amor de Sócrates no es para nada física. Alcibíades no puede entender el amor de un hombre como Sócrates, quien pasa la noche con él en castidad total, trata de perfeccionar su mente y rechaza las insinuaciones sexuales de Alcibíades.

En la sociedad griega a la que Sócrates pertenecía, se suponía que el amor era un fenómeno masculino. Las actitudes heterosexuales se representaban como recurso biológico y no como una ocasión espiritual.
Antes de que Sócrates exponga la doctrina platónica sobre el amor, hay otros cinco discursos sobre el amor. Los primeros discursos emanan de las concepciones míticas y tradicionales que predominaban en la sociedad griega.

Por ejemplo el discurso de Aristófanes. Describe la naturaleza del amor a través del relato de un antiguo mito. “En un principio, la raza humana estaba formada por tres sexos: masculino, femenino y hermafrodita. Esos seres humanos primigenios eran esféricos y tenían cuatro manos, cuatro piernas, dos rostros idénticos sobre un cuello circular y una sola cabeza que podía girar en direcciones opuestas. Eran muy poderosos pero también muy orgullosos. Atacaron a los dioses pero fueron derrotados y hubieran sido destruidos si no hubieran mediado la clemencia de Zeuz. A fin de no acabar con los honores y los sacrificios que se ofrecían a los dioses, Zeuz permitió que la raza humana continuara. Pero para acabar con la posibilidad de una rebelión futura, debilitó a los seres esféricos dividiendo a cada uno de ellos en dos. Zeuz también hizo saber que a cualquier otra insolencia haría que biseccionara de nuevo al hombre y dejaría a los infortunados con una pierna para que anduvieran a brincos y un rostro que pareciera un bajorrelieve o un perfil sobre una lápida.

El amor no existió entre nuestros esféricos antepasados. No vino al mundo sino hasta que éstos fueron partidos en dos. Entonces, cada mitad suspiraba por la otra mitad que le había sido separada. Siempre que las partes se encontraban, se abrazaban y pretendían crecer juntas de nuevo. No se separaban ni si quiera para buscar alimento. La raza hubiera muerto de hambre si Zeuz no se hubiera apiadado de las criaturas biseccionadas, trasladándoles los órganos reproductores de un lado al otro de un modo que, al abrazarse, algunos de los mortales pudieran engendrar nuevos miembros de la raza.

A partir de aquellos acontecimientos, cada ser humano ha sido únicamente la mitad de sí mismo, buscando siempre a la parte opuesta que volvería a ser de él un ser completo.

El amor no es sino el nombre del deseo y la búsqueda de la plenitud.

Para Aristófanes al igual que para Platón, el sexo es sólo un recurso físico.

Lejos de ser sexual, el amor es la búsqueda de ese estado de plenitud en el que el sexo no existía.

Sócrates propone: El amor no es el deseo, ya sea de la mitad o del todo a menos que se dé la conciencia de que éste sea de algún modo bueno. El impulso del amor es el anhelo de bondad y no simplemente la plenitud. Sócrates concluye que el amor siempre se dirige a lo que es bueno y de que la bondad es el único objeto del amor. “El amor es el deseo de la posesión constante de lo bueno”.

En consecuencia toda actividad humana está motivada por el amor. 

El amor e lo que hace girar el mundo; sin amor nada podría existir. Pero aunque todas las cosas aman y todos los hombres son en algún sentido amantes, pocos de ellos reconocen el objeto de su amor, aquello que motiva el esfuerzo que llevan a cabo, lo que está por debajo de cada uno de sus deseos.

A ese supremo objeto, Platón lo denomina “el bien”. También lo denomina belleza absoluta. Platón llega a la conclusión de que lo que es verdaderamente bello ha de ser bueno y lo que es verdaderamente bueno ha de ser bello.

En la confusión de sus vidas, los hombres saben que tienen deseos, pero no saben que es lo que los satisfará. El hombre vive en la ignorancia y e incapaz de amar propiamente.

El éxito del amor depende en último término de fuerzas misteriosas que desafían a la comprensión humana.
Platón esboza varias etapas por la que debe pasar el amante ideal: Al inicio, el amante, como es joven, se consagrará a la contemplación de la belleza física. Se enamorará de una persona en particular cuya forma exterior encuentre especialmente atractiva (en esta etapa el amor es efímero). El hombre que ama toda la belleza física, “sosegará la intensidad de su pasión por una persona en particular por que se dará cuenta de que esa pasión esta por debajo de él y tiene escasa importancia.

En la etapa siguiente, el amante se llega a dar cuenta de que la belleza de alma es más valiosa que la belleza de cuerpo. Esto le capacitará para apreciar a hombres que son buenos y bellos aun y cuando su aspecto no sea atractivo. En compañía de esas alamas virtuosas, el amante proseguirá su camino hasta una etapa todavía superior, que es el nivel de la belleza social y moral. En ella, contemplará la belleza de instituciones y actividades nobles, lo cual le llevará a su vez al estudio de la ciencia y a la adquisición de conocimiento. En esa cuarta etapa se librará finalmente de cualquier vínculo indebido con algún caso de belleza individual. En su amor por la sabiduría, el hombre que ha progresado hasta llegar a ese punto engendrará muchos, bellos y magníficos discursos y pensamientos en inagotable filosofía.

Esta belleza es la belleza absoluta. Culmina los misterios del amor y también revela la naturaleza del universo. En primer lugar existe siempre, en segundo lugar no es bello por un lado y feo por el otro. La propia belleza en sí que siempre es consigo misma específicamente única, no aumenta ella en nada ni disminuye, ni padece nada en absoluto.

El universo no es azar sino intencionalidad, el conocimiento superior nos muestra cómo todo se debate por alcanzar lo que es bueno para sí y para el cumplimiento de su ser.

Es el bien o la belleza, bien absoluto o belleza absoluta, la forma superior, la última categoría en función de la cual se han de la cual se han de explicar todas las demás realidades. Está presente en toda la existencia en el sentido de que todo se dirige a ello, pero su ser no se restringe a cualquier cosa de la naturaleza o a la naturaleza misma, y lo excelso del amor consiste en conocerlo en su pureza metafísica. Los amantes se dejan llevar con frecuencia por un sentido de la belleza en la persona amada.

La naturaleza del ser humano es doble, una inestable composición de alma y cuerpo, separables una de otro, y regidos por impulsos contrarios que se debaten por dirigir al ser humano en direcciones opuestas.

A esa arremetida hacia arriba, al amor que rompe los grilletes, Platón lo denomina “la divina locura” y la compara a toda inspiración creativa, para argumentar por último que la locura en realidad es de dos clases. Una es patológica y es la consecuencia e la enfermedad humana. La otra es “una liberación divina del alma del yugo de la costumbre y la convención”. El amor es locura del segundo tipoy sumamente deseable.

Platón describe la excitación de un amante que ve en otra persona una expresión de la belleza divina: “Primero siente un estremecimiento y le invaden parte de sus terrores de entonces; después, dirigiendo sus miradas hacia él, lo venera como una divinidad, y, sino temiera pasar por un loco exaltado, ofrecería sacrificios, como a una imagen santa o a una divinidad, a su amado. Una vez que lo ha visto, el estremecimiento da lugar a un sudor y calor desacostumbrados (podríamos interpretarlo como una respuesta sexual).

El amor ha de ser por su propia naturaleza el amor a la inmortalidad así como a lo bello. El amor desemboca en un deseo de procrear por que la procreación es el acercamiento mayor de un mortal a la perpetuidad.

El amor del filósofo es el que más acerca al ser humano a la inmortalidad. El amor sigue siendo una búsqueda de aquello que elimina la separación, aunque ahora el ente de amor es un ente filosófico y, por lo tanto, la unión ha de ser espiritual en vez de física. Es, en cambio, el esfuerzo dinámico que hace el alma para lograr la unidad con la fuente de su ser, un estado de plenitud del que fue separada al descender al mundo material.


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